Feriado de la Reformación — Jeremías 31:31–34. También fue mi día última predicar en Las Iglesias Luteranas Fe y Betania en Reading, Pennsylvania, EEUU.

El representante para Sudamerica de nuestra iglesia luterana, Gustavo Driau, me recomendó que busco un copia de un libro que se llama “Las Venas Abiertas de América Latina.” Las venas a que ese titulo refiere son las venas de metales útiles y preciosos que están en el parte sur de este hemisferio, las minas y otras industrias en las Américas coloniales que hablan español y portugués.

Pero es también un titulo con doble sentido. Cuando los Europeos llegaron en este “mundo nuevo” en la víspera de la reformación protestante; cuando el hemisferio este estaba descubriendo de nuevo la gracia radical del Dios que nos libre de pecado y muerte; al mismo vez esclavizaron la gente que encontró aquí, que ya vivieron en el hemisferio oeste, y a través de su pecado gravísimo, arrancaron las venas de sangre de estas personas bonitas hecho por Dios, condenarlos a muerte.

La ciudad de Potosí, que hoy en día queda en Bolivia sur, solo fue un pueblo pequeño al lado de una montaña grande. La gente Inca que vivieron allí conocí de las metales debajo del suelo, y de su utilidad y belleza. Pero también amaron la tierra, y tomaron sus regalos escasamente. Veintiocho años después de que los Europeos aprendieron de la montaña, una ciudad se creció con la misma población como Londres. Casi diecisiete mil millones kilos de plata estaban llevado en barca hasta Europa durante los ciento cincuenta años próximos. Sudamericanos nativos fueron forzados trabajar en las minas para la privilegia de cultivar muy poco parcelas de tierra no suficiente grande alimentar sus familias, tierra que una vez fue su propio. La ambiente en las minas mató a muchos. El mercurio y otros venenos que se usaron a extraer y refinar las metales preciosas mató a los otros. Unas familias que vieron lo que estaba viniendo decidieron matar a sus niños y ellos propios. Mejor, se dijeron, a morir y ir a Infierno, que vivir y conocerse los opresores cristianos.

Todos fue tan mal que en 1537, Papa Paulo III proclamó una bula que dijo que los nativos en America son, de veras, humanos reales, y tuvieron que ser tratado como eso. La idea que un hombre que vive quince mil kilómetros de distancia podría tener el poder decidir si eres humano o no es terrible, pero él decidió la cosa correcta. Los Europeos ricos no estaban convencidos. El rey de España dio a sus sujetos el regalo de tierra en Sudamerica; la gente que acaeció vivir allí estaban su propiedad también. Por lo menos, los líderes católicos romanos alabaron un ideal de boquilla a la humanidad de los nativos. Cuando protestantes llegaron en las orillas de Norteamérica, no tuvimos esos engaños. (Una cosa extraña a notar, quizás, el Domingo de la Reformación.)

Todo esto y más se encontró en capítulo UNO del libro que estoy leyendo. Tres cuartos del libro siguen, y tengo miedo sobre que leeré. Y mientras que leo, me doy cuenta que pronto voy a trabajar con una iglesia que casi completamente consiste en personas quienes ancestros fueron devaluados y, francamente, asesinados por personas que parecen como yo. Y voy a enseñarles. ¡Enseñarles! ¡Del amor de Dios! Ahora mismo siento como la persona más incorrecta para el trabajo.

Siempre he encontrado gran esperanza en las palabras de Jeremías, las palabras que leemos hoy y todos los feriados del Reformación. Pienso que un parte del razón es que Jeremías está muy claro de la realidad. No tiene ningunas reservaciones. Los treinta capítulos primeros de su libro son un acusación sólido y rotundo de la humanidad. Rechazamos tener los valores de Dios como nuestros propios, adorar el Dios verdadero no solo con palabras sino que con hechos también. Rechazamos tratar los pobres y los necesitados y los marginados con dignidad. Rechazamos ver las personas que dependen de otros, y proveer para ellos, non solo para sobrevivir, sino que para prosperar. Rechazamos amarlos que no parecen amable, y los que son olvidados. Rechazamos valorar las necesitas de personas regulares sobre los deseos de personas con poder. No hay nada nueva debajo del sol.

Esos fueron los condiciones del pacto viejo, Jeremías nos recuerda. La Ley fue dado a Moisés, dado como regalo maravilloso para ayudar gente a amar uno a otro como Dios los ama. Fue un pacto que la gente celebró, un que vale la pena orar a Dios, una relación que es tan amante como el casar más perfecto. “Un pacto que ellos lo quebrantaron,” en las palabras de Jeremías, “a pesar de que yo era su esposo”

Jeremías lo pone en medio de la luz. Tenemos que mirarlo, que feo es, el pecado y el mal que perpetramos. Eso es la primer lección de la Reformación: Los reformadores de Luteranismo y Protestantismo no cerraron sus ojos al realidad del pecado. Al centro de la Reformación, encontramos una idea que se llama la “Doctrina de Depravación Total.” Estamos pecadores a carta cabal. Incluso el mejor de nosotros. Dañamos el mundo. Dañamos nuestros prójimos. Dañamos nosotros mismos. Dañamos Dios. Si fuera por nosotros, no podríamos encontrar esperanza de ninguna parte.

Pero lo que es asombrado de la profecía de Jeremías es que después de treinta capítulos de malas noticias, él lo pone patas arriba. Es completamente inesperado. Dios nos prometa que va a hace un pacto nuevo con nosotros. No va a ser como el viejo; ese fue muy bueno, pero dependió demasiado en nosotros, y fallamos. Pero en vez de desecharnos, Dios decidió cuidar a todo el relación para nosotros. El regalo de amor ya no está afuera de nosotros, una cosa en que tenemos que mirar y tratar (y fallar) seguir. Pero también no está cancelado, botado, reemplazado con algo diferente. Es la misma Ley vieja, la misma amor vieja, ahora escrito no en tabletas de piedra pero esculpido en las tabletas de nuestras corazones. No podemos deshacerlo. Es tanto parte de nosotros mismos—quizás más—como nuestros pecados estaban.

Este es lo que trata Luteranismo. Este es que nos distingue, diferente no solo que nuestros hermanos y hermanas Católicos y Ortodoxos, sino que los otros Protestantes también. El regalo que Dios nos compartió, el regalo que podemos compartir con el mundo, es que todo trata Dios—que Dios ha hecho, que Dios esta haciendo, que Dios siempre va a hacer. Cualquier predicador, cualquier persona, que le dice como vivir no es Luterano. Confiamos que si gente saben que Dios le ama en verdad, todo más va a seguir.

El Jueves, me presentan al Pastor Presidente Germán Lozaya de la Iglesia Evangélica Luterana Boliviana. Un hombre muy amable, que piensa con fuerza, y ya puedo notar que él tiene fe y pasión real. Es un de la gente Aymara, un descendiente de los Inca que sufrieron de generación en generación por los manos de los Europeos y Norteamericanos que vinieron a saquear y conquistar. ¿Por qué, me pregunto, querría que alguien como yo venir a su país, su gente, su iglesia?

Pero escuché, aunque fue difícil en esta idioma con que todavía estoy luchando. A describir su iglesia, él escogió algo de tela, tejido de muchos colores en modo de su cultura. “Nuestra iglesia no es una cultura sola,” dijo, con orgullo y emoción. “Somos como esta tela, bonita con sus colores. Somos Aymara y Quechua; somos Uro y Guaraní; somos Españoles, y cuando Usted llegue, seremos Norteamericanos también, juntos un Cuerpo de Cristo.” Y como eso, él cerró la brecha entre nosotros que yo estaba sintiendo. No fue nada que yo hice; no fue nada sobre quien soy; sino que es su decisión llegar a mí, su acción. O mejor, la acción de Dios, trabando en y a través de él.

Como aquí en esta congregación. Escuché varias veces que maravilloso fue cuando vine aquí, como simplemente participé y me cambié en parte de la familia. No habría estado posible salvo por el tipo de comunidad que Ustedes están. Es su gracia, ofrecida a mi gratis, que proveyó ese modo de bienvenido. Un reflejo de la gracia que Dios nos da, la libertad de relación y comunidad que tenemos, no por cuenta de quién somos, pero por cuenta de quien Dios es.

Ahora, nos vamos de esto lugar hasta direcciones diferentes. Pero no es una salida para siempre. Permanecemos juntos, en relación, en el mismo Cuerpo de Cristo. Nos estamos atados en el mismo Bautismo. Nos estamos cautivados por el mismo Verbo. Comemos juntos al mismo Banquete de Vida, la misma Mesa, aunque estamos en continentes diferentes. Nuestra iglesia, siempre reformando, siempre cambiando y creciendo, siempre está unida por el mismo Señor Jesucristo. No por cuenta de nuestros esfuerzos para formar la Iglesia, sino que el regalo de Dios que nos forma en la Iglesia. Déjenos marchar y ayudar a todo el mundo, los uniendo en el amor gracioso de Dios. Amén.